En el centro de la plaza, la hora de los valientes; la Córdoba y la Corrientes se trenzaban por el honor. Cuchillo, cadena y faca; patada, puño y cabeza; no es un cuento de los veinte, ya existía el rock and roll.
El Chino era karateca con estilo y profesión, se cargaba a cuatro o cinco sin armas y sin sudor. Siempre había un gordo efectivo que aplanaba con rigor, siempre había un petiso erguido con nariz de boxeador.
Calentaban con ginebra y escuchaban a Manal; le rajaban a la cana como mi perro al bozal. A pesar de lo salvaje no se daban a matar; se querían en el fondo, su deporte era pelear.
Se acabó con los milicos la violenta tradición ; el chino terminó preso sin indulto ni perdón. Al petiso lo mataron en alguna confusión ; el gordo se hizo cana, la puta que lo parió.