Destino de trinchetas, de suelas y semillas, al pie de la banquilla en el viejo galpón, el golpe del martillo cantaba tempranero pa' darnos el puchero, mi viejo el remendón. Poniendo sus remiendos de penas sobre penas Que, como una condena, la vieja le dejó y que al abandonarnos en ese trance amargo mi abuela se hizo cargo de mi hermanito y yo.
La abuela de cabellera rojiza, una tanita petisa, de Murano. ¡Pobre! siempre peleando al destino por los queridos bambinos de su hijo el artesano. ¡Y ahora, cuánto, cuánto hubiera dado por tenerlos a mi lado, a la nona y a mi viejo el remendón!
La tinta de sus manos, la suela y el cuchillo y el canto del martillo fueron su confesión; no sé si tuvo tiempo de conocer la vida, por darnos la comida a soledad y galpón. Y vi que, poco a poco, los años, la banquilla, doblaron sus rodillas sin mendigar perdón; y así se fue del mundo llevándose grabado su sueño destrozado, mi viejo el remendón.