Yo no tuve madre, la voz de pecho me la dio mi viejo; a mí no me ablandaron las muñecas, ni las figuritas con brillantes; yo tuve que vivir entre atorrantes, que no llamaban antes, para entrar.
De chica, caminaba en la cornisa, y pedía en los puestos de la feria. No le tuve miedo al vigilante, pero sí a la noche fría, que entraba en los tranvías. Que se metía en el colchón de lana, como un misterio en la noche, maldecía, me llamaba:
“¡Qué vas a hacer! si para vos no fue la cuna... Si en el momento de ligar “el de arriba” no te dio las medialunas; y en tu mesa, de tristeza, no hubo Chopin ni polonesa, ni un “chegusán” de milanesa; sólo la luna, la siempre viva, la antigua luna...”
Hoy, que el destino me perdona haber nacido nuevamente, como una flor que se escapó de los floreros, ¡mirame el alma! Parece una familia acomodada, sentada en un domingo en la vereda, bebiendo el agua fresca de la helada; vestida por la luna siempre viva, la luna de Chopin la luna clara...