Era una paica papusa, retrechera y rantifusa que aguantaba la marruza sin protestar hasta el fin. Era un garabo discreto, verseador y analfabeto que trataba con respeto a la dueña del bulín.
Esto no es vida decía la percanta, noche y día y de celos se mordía cuando amigas veía con sus sombreros de paja mucha seda, mucha alhaja, ¿por qué si nadie trabaja sólo yo he de trabajar?
Y aquel bulín tan sencillo del alegre conventillo poco a poco perdió el brillo y entró la envidia a roer y, una noche, una de aquellas noches tranquilas y bellas en que todas las estrellas se asoman al mundo a ver.
Aquella paica papusa, retrechera y rantifusa que aguantaba la marruza sin protestar hasta el fin, se vio en el espejo hermosa y, resuelta, la envidiosa ató sus pilchas, nerviosa y se espiantó del bulín.
Llegó el garabo en la noche y al no verla, ni un reproche de sus labios se escapó. Pensó en su amor un momento pulsó luego el instrumento y pa' aliviar su tormento cantó sus penas al viento, y el viento... se las llevó.
Pasó un día y otro día, y la paica no volvía, porque el mundo la absorbía con su vana ostentación... Y cantaba y se reía del mundo y su algarabía pero su risa era fría porque, al reír parecía que estaba su alma vacía y vacío el corazón.
Aquella paica que un día reina fue de la alegría y del mundo se reía con su risa artificial. Triste y sola en su agonía, como la tarde, moría en la cama blanca y fría de un frío y blanco hospital.