Procurando que el mundo no la vea ahí va la pobre fea camino del taller; y a su paso, cual todas la mañanas, las burlas inhumanas la hieren por doquier. Cuando alguno le dice una torpeza inclina la cabeza transida de dolor, y piensa con amargo desencanto: Por qué se reirán tanto de mi fealdad, ¡Señor!...
Una noche su viejita en el cuarto llorando la encontró y la fea, ¡pobrecita!, la tragedia de su alma le confió; aquel hombre que debía conducirla muy pronto ante el altar, con su amiga Rosalía, la que ella más quería, se acaba de escapar...
Cada vez que la llevan a una fiesta, en procura de olvido y distracción, con el último acorde de la orquesta en su alma agoniza otra ilusión. Sus amigas ya todas se han casado; sólo ella está huérfana de amor, ¡pobre fea!; y ayer le han encargado el ajuar de su hermana la menor.
En plena juventud ya estaba vieja, nunca exhaló una queja, al ver tanta maldad, soportando en su alma sola y mustia como una flor de angustia, la cruz de su fealdad. Para todos tenía una sonrisa; fue noble, fue sumisa; su drama nadie vio. Pero fue tan pesada su cadena, tan grande fue su pena, ¡que anoche se mató!...