La tierra se hace madrastra si tu alma vende mi alma. Llevan un escalofrío de tribulación las aguas.
El mundo fue más hermoso desde que me hiciste aliado, cuando junto de un espino nos quedamos sin palabras ¡y el amor como el espino nos traspasó de fragancia!
Pero te va a brotar víboras la tierra si vendes mi alma; baldías del hijo, rompo mis rodillas desoladas.
Se apaga Cristo en mi pecho ¡y en la puerta de mi casa quiebra la mano al mendigo y avienta a la atribulada!
Beso que tu boca entregue a mis oídos alcanza, porque las grutas profundas me devuelven tus palabras.
El polvo de los senderos guarda el olor de tus plantas y oteándolas como un ciervo, te sigo por las montañas.
Al que tú ames, las nubes lo pintan sobre mi casa. Ve cual ladrón a besarlo de la tierra en las entrañas; que, cuando el rostro le alces, hallas mi cara con lágrimas.
Dios no quiere que tú tengas sol si conmigo no marchas; Dios no quiere que tú bebas si yo no tiemblo en tu agua; no consiente que tú duermas sino en mi mano ahuecada.
Si te vas, hasta en los musgos del camino rompes mi alma; te muerden la sed y el hambre en todo monte o llanada y en cualquier país las tardes con sangre serán mis llagas.
Y destilo de tu lengua aunque a otro hombre llamaras, y me clavo como un dejo de salmuera en tu garganta; y odies, o cantes, o ansíes, ¡por mí solamente clamas!
Si te vas y mueres lejos, tendrás la mano ahuecada diez años bajo la tierra para recibir mis lágrimas, sintiendo cómo te tiemblan las carnes atribuladas, ¡hasta que te espolvoreen mis huesos sobre la cara!