Me operaron en París de una quebrazón fatal. En España enyesan mal, yo fui víctima y testigo. En Formentera los higos me hacen salir espinillas, no les gusta a las chiquillas ’toy en pleno tratamiento compresas de agua bendita para menor sufrimiento.
Ay, si supieran la gripe que yo me agarré en Toronto, casi casi quedé tonto con tan fuerte amigdalitis. Gran dolor en New York City al apretarme una mano en el auto de un hermano querí’o que tengo allí, o me hizo mal el ají; pasé la noche en el baño.
Peritonitis de urgencia, en Dinamarca me opera un doctor de moledera que venía de Estocolmo. Yo le dije: ”Esto es el colmo, con los riñones en la mano, esto sí que es inhumano. Cuida’o que soy cardíaco sólo podría salvarme tomándome un buen ajiaco”.
Moretones, reumatismo, jaquecas en Gibraltar, soy el rey del hospital, más de mil radiografías. Yo digo que es pleuresía dándole la vuelta al mundo nunca he estado moribundo. Ya encontré la solución: vino caliente en invierno y blanco en toda ocasión.
Pa’ qué le hablo de los dientes, no puedo comer ni sopa. Esto que antes era una roca hoy día está en la pendiente; a lo mejor indolente, mi juventud revoltosa se me hace la caprichosa. Voy camino al cementerio, pásame un trago Emeterio, antes de entrar a la fosa.
Por fin, va la despedi’a de este enfermo imaginario. Por suerte no tengo ovario, un cacho menos, mi amigo, ya que mirarse el ombligo no provoca tembladera. Gracias a las enfermeras, tan buenas y cariñosas y a la dieta del lagarto, otra cosa es otra cosa.