En un humilde rancho de huaso envejecido vivía una muchacha la cual yo conocí, pero una hermosa tarde abandonó su nido y en busca de placeres más tarde yo la vi.
La vi entre los ricos reír a carcajadas, gozando como reina allá en el cabaret, concluyendo su vida con muchas trasnochadas como una flor marchita deshojándose fue.
Mientras allá en el rancho murió la pobre madre, la ausencia de su hija su vida terminó, y el padre entre sollozos en enormes sufrimientos al ver el rancho solo también lo abandonó.
Mas esta flor marchita pensó volver un día al rancho que dejara para pedir perdón: ”Mi madre me perdona” ella entre sí decía, ”y mi padre al verme se le ablanda el corazón”.
Mientras allá en el rancho todo había terminado, el padre, sollozando, al pueblo se volvía. Tendida en el camino, encontró una muchacha, tal vez por el cansancio, caminar no podía.
Tomola entre sus brazos para ayudarla en algo y luego a la mujer el nombre preguntó. ”Señor, soy Margarita que vuelvo hasta mi rancho en donde están mis padres, para pedir perdón.
Un día de locura abandoné mi nido buscando los placeres que el pueblo me brindó, mas hoy que he mascado la hiel de la amargura deshecho los placeres para pedir perdón.”
Con los ojos abiertos, ahogando los sollozos, con frases de dolor el viejo murmuró: ”A qué vuelves al rancho cuando tu madre ha muerto” y al decir esta frase allí se desplomó.
Fue grande la impresión que le causó la muerte al conocer en ella, de su hija la figura fue tan grande el dolor de aquella desgraciada, que pronto su cabeza se vio envuelta en la locura.
Hoy vaga por los campos aquella pobre loca como si fuera de ella su eterna maldición y ataja a los viajeros que cruzan los caminos y luego se arrodilla para pedir perdón.