Las embajadas son como espadas que están clavadas en la ciudad. Tienen jardines que son mononos y secretarios que como monos cortan el pasto de la mansión.
Tengo un amigo engominado que asiste el sábado a reunión con diferentes embajadoras muy tomadoras de pisco y ron.
Estos palacios están muy lacios, nadie respeta la tradición de caballeros muy bien planchados y perfumados que meten goles a mi nación.
Nos venden papas que están podridas, todas jodidas y el kilo sale como un millón. También filetes que como cohetes desaparecen, ¡Jesús, por Dios!
Las embajadas reparten premios a caballeros que han ayudado a su nación. Se dan besitos, un discursito, de vez en cuando algún medallón.
Las embajadas y las chinganas son parecidas, oiga señor. Ganan millones, toman montones, después del baile unos señores, que son portachos y muy guatones, y que acarrean embajadores para que duerman en el Rolls Royce
Por fin señores, las embajadas cada cinco años en Washington reciben pagos por los servicios que le han prestado a esa nación.