Isla de Puerto Rico, isla de palmas, apenas cuerpo, apenas, como la Santa, apenas posadura sobre las aguas; del millar de palmeras como más alta, y en las dos mil colinas como llamadas.
La que como María fundé al nombrarla y que como paloma vuela nombrada.
Isla en amaneceres de mí gozada, sin cuerpo acongojado, trémula de alma; de sus constelaciones amamantadas, en la siesta de fuego punzada de hablas, y otra vez en el alba, adoncellada.
Isla en caña y cafés apasionada; tan dulce de decir como una infancia; bendita de cantar como un ¡hosanna! sirena sin canción sobre las aguas, ofendidas de mar en marejada.
Seas salvada como la corza blanca y como el llama nuevo del Pachacama, y como el huevo de oro de la nidada, y como la Ifigenia, viva en la llama. Te salven los arcángeles de nuestra raza:
Miguel castigador, Rafael que marcha, y Gabriel que conduce la hora colmada. Antes que en mí se acaben marcha y mirada; antes que carne mía sea una fábula y antes que mis rodillas vuelen en ráfagas.