A los diez años cumplidos ya me ganaba la vida, fumé mi primer cigarro, tuve mi primera riña, miré por la cerradura a una prima celestial, canté la internacional con emoción y alegría, y aprendí cuecas en Llay-Llay, ¿Se acuerda, doña María?
Antes de cumplir los doce mis ahorritos tenía. Compré calzoncillos nuevos para el esperado día en que el misterio mayor se aclara en veinte segundos con la morena del fundo entre tomate y cebolla, le dejé todo una joya con todo el amor del mundo.
Todo pasaba en la calle, nunca conocí el reloj, la fiesta era despertarse, salir a tomar el sol, pedir pan o robar flores, o andar colga’o en las micros, o recogiendo colillas que iban botando los ricos, o cuando alguno decía cañería de...
Que Juan se fue al seminario, Alberto se hizo a la mar, Margarita estudió leyes, Pedro se fue a torrantear otros murieron por bala, Eugenio está en Canadá, Carmencita tiene casa con niñas para bailar, hermanos, sueños de infancia, nunca los voy a olvidar.
Qué será de esos amigos, nunca más los volví a ver, unos querían ser magos, telegrafista o chofer. Seguro que habrán cambiado pero nunca en lo esencial, yo tengo casi 50 y mi alma sigue igual, porque el que nació derecho nadie lo puede enchuecar.