Un rumor sordo recorre como filo las barracas, se siente pesado el aire, vigilantes las miradas; la huelga de hambre se viene galopando en su potranca, mujer y niños afuera, los hombres dan la batalla.
Primer día de vigilia, sin novedad todo pasa, la noche pierde su rastro donde empieza la alborada comienzan a marchitarse; pero afuera nada cambia, tercer día el carcelero la huelga quiere quebrarla.
Se nota que no conoce la fortaleza del pobre, que cuando entra en la pelea no hay fuerza que lo soborne; y las mil bocas seguían sólo con gusto salobre, gusto a muerte y a esperanza, sabor que conoce el pobre.
Y así pasaron los días hasta llegar al octavo, cuando algunos enfermaron los cuidaban sus hermanos, pero la huelga seguía más firme el segundo tramo.
Ya empieza a moverse el pueblo en los cuatro cardinales, mítines, actos de apoyo, repudio al indeseable, hay una cosa que es clara: Pisagua debe acabarse.
Las horas pasan muy lentas, se agrandan las soledades cuando han pasado diez días queriendo vencer el hambre hombres de hierro estos viejos, duros como los metales.
A los doce o trece días, cuando la muerte rondaba, trajo en su echona de plata la carta o el telegrama; con letras de oro decreta la muerte para Pisagua; las lágrimas se atropellan, los ojos son dos cascadas, compañero, a reponerse, ganamos esta batalla.