Un astronauta y una bruja viajan en una burbuja derechito para el sol, ese fuego que creció. Si se calienta el detergente y revienta eso que sienten pueden perder el control y también la conexión, certidumbre o ilusión, epidérmica ficción. Él cree en naves espaciales y en efectos especiales que nunca verificó, que en su puta vida vio... Ella practica con escobas, ve el futuro en una bola que un colgado le venvió y también la convenció de su poder interior, esa magia de cartón. En el aire, ruegan gotas de amor, gotas de amor.
El vago juega con la idea de crear un gran sistema que permita otra fusión, otro tipo de valor. Pero la bruja lo contiene y adivina lo que quiere porque él ya fue y volvió al infierno del terror a ese mundo tan glotón que te come el corazón. A veces pasa que la fiebre sube misteriosamente y se retira sin razón, como toda aparición. Una burbuja reventada ya no significa nada y abatidos van los dos sin creencia o religión alejándose del sol en opuesta dirección. Un retorno eterno al vacío, al vacío, un retorno eterno al vacío, vacíos. Nunca la vida es tan precisa, nadie tiene esa fija que te saca del montón y te muestra algo mejor. Ni el astronauta ni la bruja saben qué hacer con la culpa y el miedo que les dejó su sideral desconexión. En el aire, ruegan gotas de amor, gotas de amor...