La luna del agosto pintó los crisantemos. Cruzamos tu paisaje de juncos y zen-zen. Yo te canté mis tangos con voces de Riachuelo, vos, en la estera aquella, ¡me preparaste el té!...
Y, entonces, las pagodas doblándose en los techos me dieron el misterio de un tiempo sin vejez. Mirando al Fujiyama brotaron los almendros, los sueños y los besos... ¡que ya no pueden ser!...
¡Fujiyama que me llama con su llama desde el dulce panorama!... ¡Fujiyama de las nieves silenciosas como el alma de las cosas y mi drama!... ¡Fujiyama, centinela del amor que me era fiel, voy a volver algún día, con un gorrión de vigía sobre un barco de papel!...
¿Sabrán las golondrinas que ya brotó el cerezo? ¿Que está la misma Luna prendiendo su quinqué? ¡Y que en el Fujiyama la rama de un recuerdo me llama... me llama... llama, tocando el Shamisen!...