Justiniano, Ponciano, Luciano, son tres nombres de fin maloliente; sin embargo la gente decente, teme más el llamarse Herculano.
Ser un Próculo ya es un descaro. Pues no sale del círculo acedo, el que sale feliz es expedo, pero apesta a demonios y es raro.
Sin embargo pa´ hacerlo bonito, un imbécil se puso Expedito. ¡Qué delicia, señor, qué criatura, hasta en eso se ve su finura!
Es por eso que el buen Herculano, fue al juzgado a cambiarse de nombre, y alegó con el juez el fulano las vergüenzas que pasa siendo hombre.
-Doy mi nombre y les doy Herculano; no procede, señor, la respuesta. Y aquel juez, alburero y villano, luego luego redice: ¡me presta!
¿Y ya tiene en la mente el señor con qué nombre lo van a llamar? -¿Va usté a creer si le digo que no?; no me he puesto ese punto a pensar.
Yo quisiera tener en mi nombre lo profundo de un sabio del mundo… ¡Ya lo tengo, señor, no se asombre: Yo me quiero llamar don Profundo!
Y en un acta que tiene a la mano se le borra aquel nombre: Herculano. Nace ahora en un breve segundo, quien responde a este nombre: Profundo.
Ya Profundo se llena de fiesta: -Pa´ servirle: Profundo Cedillo. Y el villano del juez le contesta: -A us órdenes don Profundillo, y si puede también me lo presta.