El salitre vestía tu piel, Yo, desnudo en la arena, atraqué mi barco de papel, lo amarré a tu melena.
Y una estrella aprendiz de fugaz y voyeur de sirenas, se fugó hasta la orilla, a aprender el verbo acariciar.
Y una perla que huyó de una ostra te puso un pendiente, te supo adornar, y alegó que quería estar presente, cerca de tu oído, y oírme susurrar:
Y si al día le da por llegar, no te pongas, mi vida, la ropa que, esta noche, quizás sea el mar quien nos mire en las rocas. Y si al día le da por llegar, déjame que te bese en la boca, que esta noche quizás sea el mar quien se siente a mirar.
Al galope, un caballo de mar relinchó entre las olas, se fue huyendo por el malecón, nos quedamos a solas.
Y a la luna le dio por menguar, reflejada en tu pelo, se moría el cielo de celos y rompió a llorar.
Huérfana de ermitaño encontramos una caracola. La quisiste escuchar y, al ponerla cerca de tu oído, regresó del olvido, y empezó a susurrar:
Y si al día le da por llegar, no te pongas, mi vida, la ropa que, esta noche, quizás sea el mar quien nos mire en las rocas. Y si al día le da por llegar, déjame que te bese en la boca, que esta noche quizás sea el mar quien se siente a mirar.