Osea que... ¿Sabe o no sabe? -dije yo con impaciencia-. Si sabe usted y lo olvida, ¿cómo sabe que lo supo? Y de otro modo, si no sabe... ¿qué le enseñará a la audiencia? Me miró con una duda más profunda que la mía y me preguntó: -¿Qué dijo? ¿Cómo dice que decía? Y entonces al sinvergüenza dije en tono presumido: -Se le olvidarán las cosas porque no las ha sabido. La gente aguardó expectante, e ignorando mi ofensiva citó bajando la voz y de forma reflexiva: -Sólo sé que no sé nada... Sólo sé que nada sé... Pero si alguien sabe menos, siempre puede ser usted. Más permítame decirle que nadie nació sabiendo y que es cuestión de ir aprendiendo y que yo le explique... Conque guarde usted silencio y no interrumpa con sus obistes. Me dijo paternalista y de manera socarrona, como aquel que guiña el ojo cómplice de otra persona. Pero a mí no me engañaban sus maneras profesoras y urdí desenmascararle aunque perdiera diez horas. Por su parte el saltimbanquis afinaba una guitarra que igual pulsaría hábilmente, y yo me dije: 'Solo aguarda a que se descuide el demente'. Pero inició una tonada triste, lánguida y doliente, la que llevaba por nombre: 'El insecto, el pájaro... -y pensé que era muy larga cuando le agregó- ... ¡Ah! y el hombre'. Y sentenció: -Sepan qué pasa... aunque a veces les asombre.