Después de los incidentes que hasta aquí hemos referido quise decir poco más de ese juglar del camino. Para que sepa la corte de la clase de sujetos que deambulan por el mundo con pasos largos e inquietos. Indagué entre los registros y entre los covachuelistas, que anotan y llevan cuenta de los nobles. Y en las listas nunca hallé entre tantos nombres el de Bruno del Breñal. Y a punto ya de olvidarle, me hallé a un tal Brunildo Breño, hijo de un conde magnate y de varias provincias dueño. Que abandonó sus riquezas por los que algunos opinan andar mal de la cabeza. Tras un obsesivo sueño dejó palacio y tesoros, estudios, festines y oro, por la vida en los caminos. Queriendo ilustrar destinos de los seres ordinarios. Y en verdad no ocurre a diario que hombre con tantos dineros pase hambre entre los austeros, pudiendo engordar a varios. Pero en fin, que eso no es cosa mía Si no de ese ser que a pesar de mis pesquisas tiempo ha que no he vuelto a ver. Sé que dejó su castillo en una noche de locura. Que a todos mostró la lengua y enseñó la dentadura con sonrisa retorcida. Que a varios hizo temblar, por parecer homicida, y algo fuera de lugar. Más, dejó como legado un cuento medio rimado y que ojalá y que a nadie asombre el proverbio deschavetado que hay en la piedra y el hombre. Fábula que se olvidó en esa noche tormentosa que con risa peligrosa en su despacho escribió. Y que antes de... pido perdón a cuantos ánimos sacuda, pues no es crítica a la propiedad privada, es una burla; y así dice más o menos: