Siempre se ve solitario pasar a un hombre que en la faz lleva escrito el dolor. Y el mirar tan rudo de su ser me ha hecho comprender su desdichado amor. Pues lo sentí muchas veces gemir y angustiado decir su desesperación. Y, tal vez por su melancolía, él repetía esta canción:
Doy al viento los dolores que en la vida recogí, porque han muerto los amores que tuve dentro de mí... Ella, de blanco vesida, entró en la iglesia con él; ¡y yo, con el alma herida, sollozando me quedé!
Cuando la vi, a mi lado pasar, las lárgrimas rodar por mi cara sentí; no pensé que pudiera tener para otro más querer que el que me tuvo a mí. ¡Amor traidor! ¡Amor loco y banal! ¡Yo quisiera olvidar que me has hecho traición! ¡Que ya en mí la ternura se ha muerto y tengo yerto mi corazón!
Yo voy rodando... rodando por las calles del pesar, ¡y ella, acaso, está gozando de haberme hecho tanto mal! Y ya que mi mala estrella me conduce al padecer, ¡para no acordarme de ella, mi cariño sepulté!