Se clavan en mis ojos semáforos fugaces, se cuelgan a mis pasos fracasos y desdén. Y así voy repechando mis vértigos tenaces por calles y por rostros, fantasmas de recién.
Traigo las manos rotas y limpias, por si vale. Traigo la frente herida pero alta y sé por qué. Si acaso importa el resto de fuerza que me salve, en esa fuerza pongo la fuerza de mi fe.
No sé si el corazón, golpeado como está por tanta sinrazón, al fin se ha de jugar. No sé si han de alcanzar el gesto de querer, las ganas de luchar, ni sé lo que podré. Pero sigo igual y ya no vuelvo atrás. Hay algo que me dice que escapo hacia delante, que otra no me queda, que el barco ya quemé. Hay algo que me empuja hacia el siguiente instante para ganarlo ahora, ganándole después.
Y si otra sinrazón se niega a naufragar es porque el corazón se juega y quiere más. Y sé que han de sobrar las ganas de vivir y de recuperar lo que una vez perdí. ¡Basta de llorar, basta de morir!
Regreso por la vida y vengo a reencontrarme. Me busco en la inocencia que tuve y que gasté, la insólita ternura que supo acompañarme. Me busco y me reencuetro y todo vuelve a ser.