Óyeme: hablemos del adiós... Tu forma de partir nos dio la sensación de un arco de violín clavado en un gorrión. Sálvame, que anoche comprendí que es corta una canción para poder llorar la desesperación de tanta soledad. Óyeme, ¡me tienes que escuchar! Si ayer que pude hablar pensaba de perfil, ahora que no estás no sé pensar en ti.
Llorar ya no podré, y con llorar igual no has de volver. Por eso grito mi dolor desesperado como hincado en las ternuras del pasado. Porque el pasado es una noria de preguntas que me deja con las manos siempre juntas, pidiendo... ¿para qué? Si no poder llorar es comprender que ya no volverás...
Fue en abril el año, ¿para qué? la tarde estaba gris, llovía aquí también un llanto de violín y un verso de papel. ¡Basta ya! ¡Qué fácil comprender que abril puede volver, que el sol ha vuelto ya, que volverá a llover y tú no volverás!
Óyeme. ¡Me tienes que escuchar! Por más que pueda más la noche ser más cruel, aquí todo está igual e igual te esperaré.