Del fondo de las cosas y envuelta en una estola de frío, con el gesto de quien se ha muerto mucho, vendrá la última grela, fatal, canyengue y sola, taqueando entre la pampa tiniebla de los puchos.
Con vino y pan del tango tristísimo que Arolas callara junto al barro cansado de su frente, le harán su misa rea los fueyes y las violas, zapando a la sordina, tan misteriosamente.
Despedirán su hastío, su tos, su melodrama, las pálidas rubionas de un cuento de Tuñón, y atrás de los portales sin sueño, las madamas de trágicas melenas dirán su extremaunción.
Y un sordo carraspeo de esplín y de macanas, tangueándole en el alma le quemará la voz, y muda y de rodillas se venderá sin ganas, sin vida, y por dos pesos, a la bondad de Dios.
Traerá el olvido puesto; y allá en los trascartones del alba el mal, de luto, con cuatro besos pardos, le hará una cruz de risas y un coro de ladrones muy viejos sus extrañas novelas en lunfardo.
Qué sola irá la grela, tan última y tan rara, sus grandes ojos tristes trampeados por la suerte, serán sobre el tapete raído de su cara, los dos fúnebres ases cargados de la muerte.