Las manos que yo quiero, las manos que venero, no son color de rosa ni tienen palidez. Sus dedos no parecen diez gemas nacaradas, tampoco están pintadas ni tienen altivez. Son manos arrugadas, tal vez la más humildes y están cual hojas secas de tanto trabajar. Son estas manos santas las manos de mi madre, aquellas que me dieron con todo amor el pan.