El erizo despierta al fin en su nido de hojas secas y acuden a su memoria todas las palabras de su lengua que, contando los verbos, son poco más o menos veintisiete. Luego piensa: El invierno ha terminado, Soy un erizo, Dos águilas vuelan sobre mí; Rana, Caracol, Araña, Gusano, Insecto, ¿En qué parte de la montaña os escondéis? Ahí está el río, Es mi territorio, Tengo hambre. Y vuelve a pensar: Es mi territorio, Tengo hambre Rana, Caracol, Araña, Gusano, Insecto, ¿En qué parte de la montaña os escondéis? Sin embargo, permanece quieto, como una hoja seca más porque aún es mediodía, y una antigua ley le prohibe las águilas, el sol y los cielos azules. Pero anochece, desaparecen las águilas, y el erizo, Rana, Caracol, Araña, Gusano, Insecto, Desecha el río y sube por la falda de la montaña, tan seguro de sus púas como pudo estarlo un guerrero de su escudo, en Esparta o en Corinto; Y de pronto atraviesa el límite, la línea que separa la tierra y la hierba de la nueva carretera, de un solo paso entra en tu tiempo y el mío; Y como su diccionario universal no ha sido corregido ni aumentado en estos últimos siete mil años no reconoce las luces de nuestro automóvil, y ni siquiera se da cuenta de que va a morir.