Llevando en el alma, clavada hasta el mango, la daga maldita de celos y amor. El gaucho Laguna llegó al viejo rancho, dormido en los campos, bañao por el sol. Golpeó la ventana su grueso talero y viendo que nadie salió a contestar, rompiendo la puerta, frenando el aliento, d’entró como fiera, dispuesto a matar...
Cubierto de telarañas su viejo rancho encontró, y dentro de las entrañas el corazón le gritó: ¡No vale, gaucho, la pena sufrir por un mal querer! ¡La vida es linda y es güena, p’aquel que sabe perder!...
Guardando el retrato de su madrecita, que estaba sin marco tirao a un rincón, prendió fuego al rancho con todas sus pilchas y triste en su pingo de allí se alejó... Llegando a la loma volvió la cabeza y dentro del pecho sintió un torcijón, al ver que en las llamas de aquella tapera también se quemaba su gaucha ilusión.
Miró con rabia p’al el cielo y huyó con su redomón oyendo como un consuelo, la voz de su corazón: ¡Igual que ruedan los cardos al soplo del huracán, las penas del pecho gaucho, también rodando se van!