A medida que llegan hombres se hace grande la ciudad. A medida que los pies le crecen se le achica la cabeza. A medida que crece olvida, hinchada de vanidad, que bajo el asfalto está la tierra de los antepasados. A medida que pierde la medida va llenándose de prisioneros, de robinsones de andar por casa, náufragos en medio del barullo que viven vidas pequeñas en pequeños mundos de hormigón. Así están las cosas entre Barcelona y yo. Mil perfumes y mil colores. Mil caras tiene Barcelona. La que Cerdá soñó, la que malogró Porcioles, la que devoran las ratas, la que vuelan las palomas, la que se remoja en la playa, la que trepa por las colinas, la que por San Juan se quema, la que cuenta para bailar, la que me vuelve la espalda y la que me da la mano. A medida que la camino bajo los pliegues de su vestido y le repaso las arrugas con la puntita del dedo me silban las esquinas aquella vieja canción que sólo sabemos la luna, Barcelona y yo. La quiero desnuda y entera resbalando entre los dos ríos, con sus fantasías y sus cicatrices. La quiero con el entusiasmo de un recluta enamorado porque está viva y porque se queja mi ciudad. Mil perfumes y mil colores. Mil caras tiene Barcelona. La que Cerdá soñó, la que malogró Porcioles, la que devoran las ratas, la que vuelan las palomas, la que se remoja en la playa, la que trepa por las colinas, la que por San Juan se quema, la que cuenta para bailar, la que me vuelve la espalda y la que me da la mano.