Maduraban los trigales, el verano nacía, las amapolas iban tiñendo los campos; la llamaban Soledad, Rosario, María, y con un ramo de flores iba camino abajo. Camino abajo hay una curva y él la esperaba, le llamaban Pedro, Juan, Luis o Guillermo, la llevarán sus manos curtidas muy lejos de su gente. Camino abajo quedan las flores, las irá tapando el polvo que trae el viento. Pero un día les dijeron: «No es necesario que siembres, este año vuestros campos no tienen que dar trigo, es necesario que por un fusil cambiéis el arado». Camino abajo por la mañana se va un soldado. Quemó y mató mientras envejecía, hasta que otro tiró antes que él; le enterraron un buen día en un hoyo con otros cien. Camino abajo sin un adiós, nadie puso una cruz, no hacía falta. Ella lloró por la muerte del hombre y por los campos donde ya no crecía el trigo. Por el camino llegarán unas manos jóvenes, para secar su rostro y labrar los campos. Y otra vez nacerán trigo y amapolas cubriendo las fértiles tumbas de los soldados: muere un viejo, dos niños nacen. Y todo pierde el olor a quemado. Camino abajo un hombre muerto. Camino abajo queda un recuerdo del pasado. Y hoy maduran los trigales, el verano comienza y las amapolas van tiñendo los campos; le llamaban Soledad, Rosario, María, y con un ramillete de flores va camino abajo.