Nos lo ha de decir la voz temblorosa y triste de un campanario. Un golpe de luz y el grito de una garza que ha despertado con hambre y busca entre trigos y avenas cualquier cosa para llenar el buche. O tal vez un gallo que en el corral canta: la noche ha muerto, y ya clarea. Mientras yo canto, de madrugada, la aldea duerme todavía. Se han despertado mojadas las hojas del campo de alfalfa vecino. Se sacuden el agua del rocío mientras llega la madrugada y el sol que las calienta, hasta que las corten de un golpe de hoz. Alzan la cabeza mojada y fresca. Para caer a tierra ya queda tiempo. En la aldea llora un niño y por las afueras corren los corderos. Con el zurrón y la bota a la espalda, con un bastón en la mano, se van el pastor y su perro guardián, se van hacia otros pastos. Cruzando ríos y cabañas, a las montañas quieren volver. Salen con la aurora, es preciso salir temprano: el camino que han de hacer es muy largo. Hacia la aldea ya viene el payés, la bolsa vacía y el carro lleno de rojo tomate y de verduras cogidas de su huerto. La mula suda, el carro chirría y el hombre cierra los ojos y sueña, mientras el sol se levanta desde un lecho de encinas, deslumbrando a las viejecitas que marchitaditas, hacia la iglesia van caminando. Y ahora yo canto, de madrugada. La aldea duerme todavía.