Los dos éramos amigos cuando Fanette llegó. La playa era un desierto acunado por el mar. Si las olas todavía se acuerdan os dirán el encanto que Fanette inspiró en nuestro canto. Hay que decir, hay que decir que era bella, bella como el cielo. Hay que decir que era bella y que yo era tan feo. Hay que decir, hay que decir que aquella piel bañada por el mar era como un pájaro, temblándome en las manos. Hay que decir, hay que decir que estaba loco de creerme todo eso, creyéndola para mí, creyéndola para los dos. Hay que decir, que siempre llegamos tarde a desconfiar de todo. Los dos éramos amigos cuando Fanette llegó. La playa era un desierto acunando un engaño. Si las olas todavía se acuerdan os dirán que el vacío de Fanette detuvo nuestro canto. Hay que decir, hay que decir que abriéndose al cielo de una niebla fugaz divisé su barco alejándose por el mar. Hay que decir, hay que decir que me miró con una extraña sonrisa, viendo que estaba triste, viendo cómo lloraba. Hay que decir, que se fue tan lejos, que le fue tan bien, que no la han visto, que ya no ha vuelto jamás. Hay que decir, que siempre llegamos tarde, pero... hablemos de otras cosas. Los dos éramos amigos cuando Fanette se fue. La playa era un desierto acunado por las lágrimas. A veces, de noche, cuando el mar está en calma, sentimos como una voz, quizás, es Fanette.