Hace tiempo, cuando yo vivía en el barrio condenado, más bestia que otra cosa, un borracho como yo, por un duro pelado, me vendió la esposa. Cuando se tendió en la cama, más dulce que la miel, haciendo volar la falda, me pareció seguro que me tomaban el pelo ofreciéndome pacotilla. «Cúbrete de nuevo y guarda tu encanto, eres demasiado esmirriada. Soy un vividor y no me satisfacen las medidas de arenque». «Ve con tu marido, que se quede con el duro; me da igual y no miento...». Pero ella, en tono sumiso, bajó la vista, diciéndome: «Te prefiero...». «No estoy llenita, pero no tengo la culpa, creo, como las otras hembras...». Entonces yo, conmovido, sobre mis rodillas la siento, contándole las costillas. «Tú que vales un durito, ¿qué nombre te tocó cuando te bautizaron?». «Me llamo Ninette», «Nina, querría jugar contigo: llegaré a quererte». Y aquel saco de huesos duros, que en un primer momento no me atraía, de golpe ha penetrado hasta el fondo del corazón y no la cederé por toda una fortuna. Hace tiempo, cuando yo vivía en el barrio condenado, más bestia que otra cosa, un borracho como yo, por un duro pelado, me vendió la esposa.