Alrededor de septiembre, antes de que llegue el frío, compran su billete para el tren de la esperanza. Y los hemos visto alejarse con la maleta a cuestas andando por un andén de la estación de Francia... Quizá tienen cuatro troncos perdidos en un campo. Quizá no tienen ni un palmo de tierra. quizá no tienen ni un pueblo, y de los frutales del Segre se van a recoger algodón o a podar, y cuando no hay nada más, hacen de peón. Son gente de Aragón, de África y del Sur, los vendimiadores. Otros van a otras tierras, abandonando un terruño seco y pedregoso que les dejó el padre. Un terruño donde día a día se dejaron la piel, donde se hicieron viejos cuando no era tiempo todavía... Un pedazo de salchichón, un mendrugo de pan y un trago de vino hará más corto su viaje. Cada uno esconde un sueño, cada cual tiene un acento, pero toda esta gente habla el mismo lenguaje. El idioma del peón. Sencillo, duro y a destajo, de los vendimiadores. Y desde que el sol se levante hasta que lo esconda la cumbre, cortar y cortar uva de unas cepas que son de otro. Y por la noche se juntan para maldecir el destino, con la paja del cojín royéndoles la mejilla. Y en el invierno de vuelta a casa con cuatro duros que ha de darles lo que no da el campo del padre. Hasta el año que viene cuando vuelvan con la maleta a cuestas a andar por el andén de la estación de Francia. Son gente de Aragón, de África y del Sur, los vendimiadores.