Mi calle es oscura y torcida, tiene sabor a puerto y nombre de poeta. Estrecha y sucia, huele a gente y tiene los balcones llenos de ropa tendida. Mi calle no vale dos reales: son cien portales rotos a pedazos y una fuente donde van a beber niños y gatos, palomas y perros. Es un rincón donde nunca entra el sol, una calle cualquiera. Mi calle tiene cinco faroles para que los chavales tiren pedradas. Hay una pensión y tres panaderías, y un bar en cada esquina. Mi calle es gente de todas partes que curra y bebe, que suda y come, y se levantan con el primer sol, y van al fútbol cada domingo, o a pescar mojarras al volantín, o a jugar un dominó con vino. Mi calle es un niño que va merendando pan con aceite y azúcar, y juega a los dados y a 'cavall fort', ¹ a veces bueno, a veces borde, monaguillo y pillo. Mi calle del barrio bajo vive en el cajón de las peonzas, con los cromos y el álbum 'Nestlé' y los trozos de una vieja estufa. Y poco a poco se me va estropeando mi calle.