Era calandria un cantor y el barrio así lo llamaba, porque en el alma llevaba fresca y dulce una canción. Era gentil trovador y era el cantor un zorzal, que volcaba en sus canciones toda el alma popular. Ninguno como él sabía cantar las penas de amor en el arrabal.
La pena, un día, su alma amargó, lo hirió el desprecio de una mujer; su barrio entonces abandonó y, rumbo a París, Calandria se fue. El arrabal entero lloró y el barrio aquel que lo vio nacer vistió de duelo y enmudeció, sabiendo, tal vez, que no iba a volver.
Solo, lejos, con su pena, una noche muy oscura se metió en una aventura que la vida le costó. Dos "macrós" en un callejón golpeaban a una mujer... Él la quiso defender y al montón atropelló. Porteño de ley, Calandria peleó por una mujer... por ella murió.
Y aquel que siempre supo llevar en su alma una tierna canción, también, sereno, supo afrontar la muerte, como un valiente varón. Mas antes de morir vio pasar su barrio como dulce visión... cuando él, alegre iba a cantar, como una calandria trovas de amor.