En un viejo almacén del Paseo Colón donde van los que tienen perdida la fe, todo sucio, harapiento, una tarde encontré a un borracho sentado en oscuro rincón. Al mirarle sentí una profunda emoción porque en su alma un dolor secreto adiviné y, sentándome cerca, a su lado, le hablé, y él, entonces, me hizo esta cruel confesión. Ponga, amigo, atención.
Sabe que es condición de varón el sufrir... La mujer que yo quería con todo mi corazón se me ha ido con un hombre que la supo seducir y, aunque al irse mi alegría tras de ella se llevó, no quisiera verla nunca... Que en la vida sea feliz con el hombre que la tiene pa' su bien... o qué sé yo. Porque todo aquel amor que por ella yo sentí lo cortó de un solo tajo con el filo'e su traición...
Pero inútil... No puedo, aunque quiera, olvidar el recuerdo de la que fue mi único amor. Para ella ha de ser como el trébol de olor que perfuma al que la vida le va a arrancar. Y, si acaso algún día quisiera volver a mi lado otra vez, yo la he de perdonar. Si por celos a un hombre se puede matar se perdona cuando habla muy fuerte el querer a cualquiera mujer.