¡Ciudad! Un puente se tendió entre mi inquietud sentimental y el brillo de tus noches de cristal. ¡Ciudad! Con que ilusión extraña te busqué, trayendo con mi fe la rima de un cantar. ¡Ciudad! Frente a un adiós, en la estación del pueblo aquel, que está mi viejo. ¡Y aquí! Tu embrujamiento trajo a mi la dulce voz que ya es recuerdo. Después, después, clavaste en mi ilusión la pena cruel de un desencanto que al amor mató.
¿Por qué le di mi corazón feliz? ¿Por qué no quiso comprenderme más? ¿Por qué volvió a la luz fatal, del mundo artificial que luego fue embriaguez y fue locura? Vendrá su voz para gritarme: ¡Amor!, y aquí en mi voz tal vez habrá un perdón. Pero el dolor que me dejó lo arrastraré sin salvación ni fe, por la ciudad.