Su historia empezó una tarde, en el preciso momento en que fue a dar a un convento, pues según ella contó, su mama la abandonó en el Mercado de Abasto y atorrando en un canasto una monja la encontró.
Después de cumplir los quince dio el primer paso fulero. Se acoyaró a un quinielero creyéndolo un buen partido. Era un negrito fornido que, por ser rana y de oficio, cuando entró a junarle el vicio la empezó a fajar tupido.
Y al cabo de cierto tiempo de aguantiñar tanta biaba, cayó de suerte la taba y su premio fue un mishé. De aquí en más, lo que yo sé, es que éste adornó su frente, además de un regio ambiente por Larrea y Santa Fe.
Y así, como en pleno mate en el que el agua se acaba, se cortó lo que se daba. ¡Muy poco el piolín se estira! Nadie por ella suspira, su escracho destila pena, y hoy llora a lo Magdalena al escuchar Yira Yira.