Me engrupieron sus ojos, y eso fue lo primero que mordí como un logi de tan dulce carnada. Después vino aquel verso que terminó en pavada: ¡Juguemos en el bosque que en la ciudad me muero!
¡Igualito que el tango! Cometí el disparate de cantarle a una rosa que era sólo un tomate. Y si a pesar de todo le escribo todavía,
la mufa que hoy destilo no me sirve de nada. Me queda la esperanza de llegar algún día a recordarla en sepia como a foto olvidada.