Por farrearlo lo llamaban de sobrenombre Cacholo, y la sonrisa del colo los desafiaba. Tuvo Cacholo su historia donde probó al malevaje que era un hombre de coraje cuando tuvo a raya a más de diez.
En el hecho aquel de la veintitrés tuvo un atroz revés, cuando a la mujer de aquel cafetín piantó pa’ su bulín, sin sospechar que en la trampa cayó lo mismo que un chavó conociendo entonces, para su mal, la Prisión Nacional.
Los añares que en la cana pasó, por su desventura, comenzaron su locura en una mañana. Amurado por la suerte, va Cacholo por la vida, como alma en pena, perdida, campaneando, quizá, una ilusión.
Su sonrisa es una mueca cruel amarga como la hiel. Su mirada torva y sin color resabio de un dolor; cuando el rebosar de un corazón igual que un borbotón parece que quiere desalojar la pena de llorar.