Antes eras la piba más linda de una casa de moda en Florida y, al reír, tu boquita de guinda locas ansias daban de besar. Tu carita, reflejo del cielo, nunca triste la vieron estar ni llorar con tan gran desconsuelo como cuanto te oíste llamar:
Flor de trapo, de la vida triste harapo que tu alma vas vendiendo por un rato de placer. Pobrecita, pobre flor que se marchita, poco a poco vas perdiendo tus encantos de mujer.
Hoy, en cambio, tu cara es de nácar y dos manchas de sombra tus ojos, y al pasear tu figura en el Packard vas fingiendo una mueca de amor. De las sedas, fatal, fue su influjo y trocaste en infierno tu edén, pues, borracha de orgías y lujo, diste en manos de aquel niño bien.
El recuerdo de tus pobres viejos llena tu alma de amarga congoja y evocando sus tiernos consejos el dolor en tu pecho anidó. De tu rostro se fue la alegría, tus colores el vicio perdió y es tu vida la triste agonía de la flor que agostada murió.