Llegó el momento, muchachos, de alejarme de la patota alegre de nuestra juventud. La vida me llama, pues voy a casarme y es ella un tesoro de amor y virtud. Copáronme la banca perdiendo la parada donde me había jugado con ansia el corazón, me voy de la rueda, perdón muchachada, si queda el vacío por mi deserción.
Mi noviecita que allá me espera, con su ternura de madrecita, porque es su sueño, dulce quimera, de una esperanza que necesita de los amores de un calavera, que a sus afanes jamás engañará. Aunque olvidarla quisiera, no podría, porque ella es toda mi fe y la vida mía. Su peregrina gracia, divina, encadenó mi amor con su candor.
Si vieran la pebeta, muchachos, qué tesoro, como ha sabido hacerse querer por este bacán. Sus negros ojazos, su pelo de oro, unieron por siempre mi amor y su afán. Hoy que vuelco el codo de mi triste vida, colmado ya mi anhelo, me sangra el corazón y siento en mi pecho que se abre la herida que cruel anticipa la separación.