En la mañana gris huyendo va el Capitán. La montonera lo persigue, cruel, mas su alazán lo ha de llevar hasta la puerta de la amada fiel, que una eterna pasión le juró al partir para la guerra. Cayendo estaba el sol cuando llegó el Capitán, herido y pálido al hogar aquel, donde dejó su fiel amor. Un beso ardiente de la amada fue grato bálsamo de su dolor y al encontrarse a salvo, dio gracias al cielo con inmensa fe.
Mas la noche traidora llegó y con ella el peligro mortal; la patrulla que lo persiguió con sus huellas por fin logró dar. Mientras dormía el galán se consumó la cruel traición pues la infame mujer, sin piedad, al esbirro su amado vendió.
En la mañana gris, el cuadro ya formado está. Al pie de un muro se halla el infeliz que se confió en el amor. Llorando exclama, lleno de dolor: No es la muerte, sino tu traición lo que atormenta mi pecho. En tu alma puse yo mi amor, mi fe, mi corazón. ¿De qué me sirve ya la vida a mi sin la ilusión de tu querer? ¡Que para siempre caiga sobre ti, con mi sangre, fatal maldición! Y un trueno de fusiles que estalló de pronto su voz apagó.