Declaran la huelga, hay hambre en las casas, es mucho el trabajo y poco el jornal; y en ese entrevero de lucha sangrienta, se venga de un hombre la Ley Patronal. Los viejos no saben que lo condenaron, pues miente, piadosa, su pobre mujer. Quizás un milagro le lleve el indulto y vuelva en su casa la dicha de ayer.
Mientras tanto, al pie de la santa Cruz, una anciana desolada llorando implora a Jesús: "Por tus llagas que son santas, por mi pena y mi dolor, ten piedad de nuestro hijo, ¡Protégelo, Señor¡" Y el anciano, que no sabe ya rezar, con acento tembloroso también protesta a la par: "¿Qué mal te hicimos nosotros pa' darnos tanto dolor?" Y, a su vez, dice la anciana: "¡Protégelo, Señor!..."
Los pies engrillados, cruzó la planchada. La esposa lo mira, quisiera gritar... Y el pibe inocente que lleva en los brazos le dice llorando: "¡Yo quiero a papá¡" Largaron amarras y el último cabo vibró, al desprenderse, en todo su ser. Se pierde de vista la nave maldita y cae desmayada la pobre mujer...