Y no me convencerán, y no me convencerán los violentos de que el hombre un lobo de otro será. Y no me convencerán, y no me convencerán de que el que es de otra raza sabe menos que yo amar,
de que compartir mi vida me roba la intimidad o de “quien más tiene más vale”, que lucha es enemistad o de que la naturaleza las leyes la cuidan más; de que en el Cuerno de Africa el hambre siempre estará.
Y no me convencerán, y no me convencerán de que las pelas ayuden a dar la felicidad. Y no me convencerán, y no me convencerán que por meterme en el fango mi nombre se va a manchar
o de que niños que tienen SIDA endemoniados están, o que aquél que viene de fuera nunca quiere trabajar, que en la Iglesia las mujeres no son aún de fiar o de que la droga es un cáncer que no se puede curar.
Y no me convencerán, y no me convencerán de que sólo los castigos al hombre duro abrirán. Y no me convencerán, y no me convencerán que casi no hay diferencia entre amar y utilizar.
Y no me convencerán, y no me convencerán que la Justicia Divina no casa con la igualdad. Y no me convencerán, y no me convencerán que esta tierra es de unos pocos, y si es de todos, se hundirá.
Y no me convencerán, y no me convencerán que el Evangelio es un libro más que de ser, de orientar; que vivirlo es utopía y que recortarlo da igual...
Y no nos convencerán, y no nos convencerán de que sólo los castigos al hombre duro abrirán. Y no nos convencerán, y no nos convencerán de que las pelas nos traigan hecha la felicidad.
Y no nos convencerán, y no nos convencerán que casi no hay diferencia entre amar y utilizar. Y no nos convencerán, y no nos convencerán que esta tierra es de unos cuantos, y si es de todos, se hundirá.
Y no nos convencerán, y no nos convencerán de que en estos buenos tiempos ya ni luchar ni rezar, de que en estos duros tiempos la esperanza no es igual.