Allí, al terminar, en el Juicio Final, se presentaba un alma a dar cuenta de su edad. El Padre preguntó: ¿amaste, querida? Y, tras suave carraspera, empezó el alma a cantar:
Estudié un mogollón, estudié un mogollón, fui magistrado, físico, psicólogo, inspector, gané muy bien las pelas, pero me acordé de Dios y colaboré con gente desde mi condición.
Fui experto en drogas, asesor de integración, leía y leía sobre marginación, realizaba gestiones, llené el ordenador, tenía un gran despacho para dar impresión porque, con gente pobre, ya sabe, mi Señor, la importancia que tiene hablar desde otra posición; ...otros, otros, otros,... ¡otros! tenían el contacto con cada realidad o mi cualificación perdería veracidad.
Y Dios se levantó, lo miró con cariño, de pronto se volvió y a todos lanzó un guiño; sus ropas remangó, descoronó el triángulo y, bailándole al alma, con garbo le cantó:
Yo tengo un culo, yo tengo un culo, y, podéis pasar por él tú y tus “títulos”.
El alma entristecida, se deshacía llorando, y Dios la consolaba: ¡Venga, no es para tanto!; sí, pasarás el tiempo en nuestra eternidad, pero, para que te acuerdes y nadie lo piense más, un grupito de angelotes por siglos te cantarán este nuevo “versiculo” que el mensaje aclarará:
Yo tengo un culo, yo tengo un culo, y podéis pasar por él tú y tus “títulos”.