No sé quién quiso de los pájaros altivos un invento de las jaulas, ni quién dijo que la idea en movimiento tiene el signo de la cárcel sobre el rostro, ni quién piensa que es posible reducir a cuatro muros los mil puntos cardinales, ni quién paga tal tributo a su ceguera prodigiosa construyendo la colmena.
Yo no sé cómo los poderes desdeñaron el secreto de las celdas, si un gorrión llamado Puschkin inventó la lengua rusa en las mazmorras de su tiempo, si con una sola mano maniobrando entre ladrillos dio Cervantes luz a España, y si el suelo del presidio ha sido el surco más fecundo de la América insurrecta.
Hay quien cree que cerrando la ventana se estrangula al horizonte. Hay quien sueña con la miel encarcelada cercenando sus sabores. Hay quien copia a las abejas laboriosas su dinámico presidio. Y hay quien cuenta con la opaca religión de la colmena para ahogar la voz del mundo.
Considerando que en regiones vespertinas el más libre está en el cepo, que se culpan mutuamente los patrones de la tierra regentando cautiverios, que los hombres no se callan ni ante el tórrido expediente de un zarpazo carcelario y no pocos dieron vida a continentes meditando entre las lóbregas mazmorras.
Considerando que en las eras centelleantes se hace escuela un calabozo, que no sirven para nada los barrotes ni el guardián como soportes del paisaje, que se extiende en la ciudad multiplicada la urticárica repulsa de las rejas.
Y reculan los poderes con cautela ante el plantío de evocantes alambradas.
No se entiende que hay quien copia a las abejas laboriosas su dinámico presidio, que hay quien brega todavía con la miel del pensamiento encarcelando sus sabores, que hay quien cree que tapiando la ventana se aniquila el horizonte y que basta con la opaca religión de la colmena para henchir de mierda al mundo.