La conocí por Palermo una de esas lindas tardes. Fue mirarla y entregarle alma, vida y corazón, y a los seis meses justitos quiso que vieran sus padres al hombre que era su sueño, su esperanza y su ilusión. Yo sentí una alegría como nunca había sentido, bendiciendo mi destino acepté la invitación. Eran gente de abolengo, de linaje distinguido, y al palacio de la nena fui temblando de emoción.
Mucho gusto: Juan Pardales; mucho gusto: Bengolea. Una copa y otra copa que la madre nos sirvió, todo iba viento en popa cuando el padre de la nena le dice a mi noviecita: "Hazle oír algo al señor...". Ella, llena de entusiaso, presurosa fue hasta el piano, empezó con un bolero y siguió con otro más. Después, La última noche y yo que esperaba un tango me alejé de su palacio para no volver jamás.
Una carta le he mandado donde le digo: "Querida, si querés que sea tu novio tenés pronto que aprender estos tangos que te envío: Catamarca, La cachila, El arranque, Mano a mano, Adiós Bardi, El buscapié. Y una cosa más te exijo, mi querida noviecita: que en la noche de la boda, y no lo tomes a mal, yo quiero que me arrulle el tango La Cumparsita, que por algo soy porteño y nací en el arrabal.