A las nueve menos cuarto fue su última palabra; se imaginan lo contento -esa noche ni dormí-; era martes, martes trece, pero eso qué importaba y a las nueve menos cuarto "como fierro" estaba allí.
Ella dijo: Clavelina... Yo le dije: Pomuceno... Yo sentía las trompadas que me daba el corazón, cuando dijo: ¡Caminamos!..., yo le dije, ¡Caminemos! y justito al declararme este hipo me chapó...
Usted sabe que la quiero, que la quiero con el alma, que es muy grande este cariño que me rompe el corazón, que mis noches son muy largas, que no tengo ni el consuelo de mirarme en sus ojazos y contarle mi pasión...
Yo quisiera ser vereda para sentir sus pasitos, ser la brisa que acaricia su cuerpito virginal, y ella me miró sonriente, con un tono de cachada, me largó la carcajada y se fue sin saludar...
Todavía no me explico que pasó aquella noche, tan seguro que yo iba de ganar su corazón, por la culpa de este hipo que salió no sé de dónde, cuando más necesitaba las palabras del amor...
Unos dicen que éste hipo es herencia de mi abuela, o de Hipólito, mi tío; yo lo único que sé, que por el hipo maldito me quedé sin Clavelina, y que estoy todo quemado del verano que pasé...