Temblaron las glicinas, los músicos callaron y aquel baile de patio de pronto enmudeció. Una mujer vencida llegando hasta su hombre con voz entrecortada de esta manera habló: No vengo a reprocharte tu ausencia de mi nido, ni a suplicar cariño, lo nuestro terminó. Yo vine por tu hijo, por si llegás a tiempo, el pibe se nos marcha camino del Señor.
El pibe, nuestro hijo se nos muere vos sabés como te quiere y llorando me pidió: Decile, decile que yo lo llamo, que tengo frías las manos y en el pecho mucha tos. El pibe se ha quedado con tu madre, por favor, no llegués tarde, si aún querés darle el adiós. Te espera, sólo vine para eso, corré pronto a darle un beso, ¡si aún te queda corazón!
Del brazo de la otra se desprendió el malevo y el patio de ladrillos temblando lo cruzó, y esa mujer vencida, sin fuerzas, vacilante, se fue tras de sus pasos, soltando un lagrimón. Se oyó "La cumparsita", el tango de los tangos, tras una nube negra la luna se ocultó y fue la vez primera que en ese viejo patio mientras lloraba un tango ninguno lo bailó.