Macizos de grandeza, altivos y ramplones, ceñudos ante el comunista ruso los (...) alemanes, todos los presidentes y cancilleres, todos miran sombríos desde su estirpe y su estirpe es la ruindad por haber mutilado a la vida, por haberla retorcido y aplastado aquí los inmortalizaron, o mejor dicho: los certificaron.
Entre gordos y engolados y flacos muy malvados, ¿por qué estás aquí, Mozart? ¿por qué estás aquí, Schiller?
Bismarck y Hitler son sus vecinos, manos y rostros de asesinos: veo entre ellos mis enemigos.
Como sombras fatídicas aún vivas en figuras de cera convertidas. Miren allí cierto premier y este otro tampoco es un ejemplo.
Pero faltan en este museo tantos sinvergüenzas. Habría que traerlos hasta aquí, a este museo de cera.
Por falsos y por viles arrastrarlos de las solapas y sacarlos de sus butacas que hace mucho que ha llegado la hora de cubrirlos vivos con cera, que se queden sin respiración, muertos en formalina.
Seamos más rebeldes con todos los canallas. Es hora de arrancarlos de una vez arrancarlos de sus tribunas por mentirosos y sinvergüenzas, por cabecillas de la inconciencia, que la gente alce la voz.
Al museo de cera con ellos, a taparles la boca con cera, ¡A trabajar, abejas! Nos hace falta mucha cera.