La prisa es la maldición del siglo y el hombre secando el sudor por la vida va y viene como el alfil caído acorralado en un jaque mate.
Presurosamente beben, presurosamente aman, denigras el alma presurosamente golpean, con prisa matan y después se arrepienten presurosamente.
Pero tú, aunque sea una vez, en el mundo que duerme o hierve, detente como un caballo cubierto de espuma presintiendo en las pezuñas el abismo. Detente en mitad del camino, cree en el cielo como juez, piensa, si no en Dios, simplemente en ti mismo.
Bajo el murmullo de las hojas secas, bajo el ronco silbar de locomotoras, entiende, corredor desgraciado: el que se detiene es grande.
Hay fuerza en la indecisión cuando por el falso camino adelante falsamente te alumbran y tú no te decides a ir.
Cuando a ti te empuja la maldad al olvido de tu propia alma, al deshonor del disparo y la palabra, no te apures, no concluyas.
Hombre de nombre santo, levanto los ojos con una oración en medio del libertinaje, la ruina, detente, detente.